El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




miércoles, 6 de mayo de 2015

Próxima parada: Dios (El inicio-1)


            No nos decimos seres humanos por casualidad. Las dos palabras “Ser” y “Humano”, expresan la dualidad que somos. El “Ser” se refiere al espíritu, al alma, a la parte intangible, a lo que no se ve; y el “Humano” se refiere al cuerpo, a esa cosa tan visible y tan pesada con lo que nos identificamos. Por lo tanto el ser humano está compuesto de un alma y un cuerpo. Esto es algo que repetimos con frecuencia, parece de sobra conocido, pero si escarbamos dentro de nosotros, es posible que surjan dudas con respecto a la existencia del alma, y todo porque vivimos en una sociedad tan tecnificada que todo debe de ser visto, debe de ser probado y comprobado, y el alma, cada vez que se ha diseccionado un cuerpo, no se ha encontrado en ninguna parte.
            El cuerpo ya sabemos cómo se fabrica, en una noche de amor, o desamor, nunca se sabe, un espermatozoide más vivo que los demás tiene su fiesta particular con un ovulo en su etapa fecunda, y esa fiesta da como resultado la masa de carne y huesos que somos nosotros. Primero bebés encantadores, después adolescentes rebeldes, un poco más tarde adultos más o menos responsables, más adelante ancianos más o menos cascarrabias, para terminar nuevamente en nada, en polvo esparcido por el viento.
            El tiempo de duración del cuerpo es muy corto, una vida pasa en un suspiro, sin embargo, son muchas las cosas que podríamos hacer en la vida si fuéramos conscientes de ella, pero no lo somos. Un tercio de nuestra vida la pasamos durmiendo, es necesario, el cuerpo tiene que dormir, es su momento de recuperación, pero los otros dos tercios de vida, en los que se supone que estamos despiertos, tampoco lo estamos. Estamos con los ojos abiertos y nos movemos, y hablamos, y trabajamos, y comemos, y sufrimos, y sufrimos, y sufrimos, y seguimos sufriendo y nos preocupamos y le damos vueltas a las cosas en nuestra mente una y otra, y otra y un millón de veces. Por eso se repite el sufrimiento, porque sufrimos con el hecho y con los recordatorios añadidos. Y durante esos dos tercios de vida, en los que soñamos que estamos despiertos porque sufrimos y hacemos todas esas cosas, no lo estamos, también permanecemos adormecidos, sin ser conscientes de que estamos despiertos, de que estamos viviendo, así que es como si durmiéramos, casi como si estuviéramos muertos. ¡Que poco se aprovecha de cada vida! 
Ya volveremos sobre la vida, ya que es de lo que tratan todas estas entradas que caminan hacia Dios.
Vayamos al “Ser”, ¿Cómo se fabrica?, ¿Cómo se fabrica el alma?  Antes voy a contar un cuento que me encanta, siempre lo cuento cuando trato de explicar el nacimiento del alma.
 
El cuento, que se titula “Las gotas”, es de la autoría de Edgar Allan García, y pertenece a su libro Torre de Papel.
La ola realizó un extraño balanceo interior, se irguió cuajada de espuma sobre la superficie y con la oportuna ayuda del viento, un puñado de gotas escapo de su cresta y empezó a volar sobre la superficie del océano.
Miles, tal vez millones de pequeñas gotas giraban, flotaban, danzaban en el espacio antes de caer nuevamente sobre el mar. Una de ellas miro a su alrededor y pensó: “Esa gota de allá es bastante flaca, la de más acá es en cambio demasiado gorda, esa parece muy brillante pero pequeña, insignificante, esa otra es un tanto opaca, como si estuviera sucia…” y así siguió y siguió describiendo todo lo que alcanzaba a ver durante ese breve segundo que ella ahora llamaba “toda una vida”.
Más tarde se disgusto con una gota que, según ella, le hacia sombra y se hizo amiga de otra que a su parecer era como ella. Con el “tiempo” empezó a detestar a unas, y a querer a otras, y en igual medida a temer, admirar, despreciar, seducir, compadecer, o apartarse de otras que eran “odiosas”, “amables”, “inteligentes”, “feas”, “agresivas”, “hermosas”, “hipócritas”, “geniales”, “oscuras”, “triunfadoras”, “vacías”, “positivas”. “traicioneras”, “generosas”, “santas” o “destructivas”, según su particular forma de verlas.
En una ocasión chocó suavemente con una de ellas y en ese encuentro algo cambió, se miró en la otra gota y se reconoció a sí misma: “Eres mi gota gemela”, exclamo emocionada, y sucedió que de ese choque brotaron gotas más pequeñas a las que llamo gotas hijas. En verdad pensó, soy capaz de dar vida. Más tarde trazó un círculo y dijo: “Todas las gotas que están dentro del círculo son mi familia y mis amigas, las que están fuera son mis enemigas o gotas poco confiables”. A las primeras las amó y respetó, a las segundas, las rechazó y temió. Con la seguridad de tener bien delimitado su mundo, sonrió satisfecha al tiempo que seguía su caía inevitable.
En los últimos instantes, en una millonésima de segundo antes de tocar la superficie del océano, la gota se dio cuenta de algo, pero no supo expresar lo que sentía. Era un sentimiento inmenso, poderoso; algo que la llenaba por completo, pero que al mismo tiempo la dejaba vacía, una especie de destello que borraba todo lo demás, parecido a lo que por unos instantes había sentido con esa gota con la que una vez había chocado suavemente y en la que se había reconocido, pero ya era demasiado tarde: la gota cayó finalmente al océano.
Tan pronto como tomo contacto con el agua, se dio cuenta de algo maravilloso: en realidad ella no era una gota, no, su nombre era….., su nombre era “Océano”. Más aún, sus límites no eran diminutos, como había creído, sino gigantescos. Una parte de ella, eran olas pequeñas en las que se bañaban los niños y niñas de una playa de África; otra parte llevaba, como si fuera una caja de fósforos, a un barco carguero; otra parte se levantaba poderosa mientras subía y era cabalgada por un huracán en el Caribe; otra tocaba las gélidas costas de la Antártica, otra las costas de Oceanía; otra se agitaba inquieta en el estrecho de Bering,  de pronto descubrió su enormidad y poder sin límites, “Mi nombre es Océano”, dijo emocionada, “¡Océano!”.
No duró mucho su emoción, pues una ola la levantó sobre la superficie del agua y con el soplo de la brisa marina, se convirtió otra vez en una gota que giraba y flotaba. Olvidando todo lo anterior, se volteó y dijo: “El mundo está lleno de gotas, hay flacas como la de allá, gordas como la de acá, brillantes como esa, opaca como aquella que...en esas estaba cuando vio una gota junto a ella; en apariencia era como todas las demás, pero había un algo que le atraía de forma inevitable.
Su mirada era diferente, su forma de estar, de girar y de ondular al compás de la brisa era extraña, única. No podía dejar de mirarla, era como si danzara al mismo tiempo que estaba quieta, era como si hablara a la vez que permanecía en silencio, y cuando giraba una luz dorada la iluminaba y ella, no sabía cómo, empezaba a parpadear de manera hipnótica.
Al fin, rompiendo esa mezcla de temor y reverencia por aquella gota extraña, le dijo: “¿Quién eres?”, la gota la miró con dulzura y contesto: “Soy tú”. Se sorprendió de semejante respuesta. ¿Cómo era posible eso?, ¿Se trataba de una adivinanza tal vez? ¿Era acaso un misterio insondable?, ¿Una broma quizá? Se la quedo mirando sin atreverse a decir nada.
“Mírate”, le dijo entonces la gota, “Mírate hacia dentro y verás que tengo razón”. La gota siguió sin entender. “Cierra los ojos”, insistió, “Escucha tu silencio interior, déjate ir”. “No puedo”, se rebeló la gota, “¿Cómo puedo cerrar los ojos cuando hay tanto que ver?, ¿Cómo puedo sumergirme en el silencio cuando hay tanto que oír? “Tus ojos te engañan. Tus oídos también”, dijo entonces la gota brillante. “No, dijo la gota retrocediendo, aléjate, por un momento creí que eras, no sé, especial, pero ahora veo que estás loca”. “Claro que sí” dijo la gota brillante, “Loca para tu exterior, pero cuerda para tu interior. Una parte de ti sabe que tengo razón, la otra lo niega”.
La gota dio un salto hacia atrás, aprovechando una leve ondulación de la brisa marina. “Aléjate”, gritó, “Aléjate o te denunciare con las otras, les diré que estás loca, que eres una amenaza, que debemos deshacernos de ti”. “Puedes hacerlo si quieres”,-contesto con tranquilidad la gota brillante, “Pero por más que me alejes siempre estaré contigo, porque soy tú, porque soy todas las gotas y mucho más de lo que imaginas. Algún día comprenderás lo que he querido decir”, agrego “Algún día, cuando otra ola te levante sobre el océano y saltes a lo que llamas “vida”, una memoria escondida te asaltará, algo brotará desde adentro como un rayo de luz y recordaras, aunque sea de manera nebulosa, algo de lo que en verdad eres”.
Entonces, dando un giro increíble se alejó. El destello de esa gota la dejó afectada durante un “largo” tiempo. Con frecuencia pensaba o soñaba con ella, y hubo un tiempo en que ya no sabía que sentir, si temor o amor, y sucedió que una fracción de segundo antes de caer otra vez en el océano se dio cuenta, sí, se dio cuenta con claridad de lo que había querido decirle aquella gota extraña, pero ya era tarde.
Cuando tocó nuevamente el agua de mar, se estiró todo lo que pudo, sintió sus olas en todas las costas del mundo y volvió a sentirse océano enorme y poderoso. Rogó para que en la próxima ocasión en que una ola la levantara sobre la superficie del agua y la lanzara al aire de nuevo, no olvidara lo que en verdad era.
Y así fue: dos o tres olas más tarde, pudo verse a sí misma como una gota-océano flotando, girando, danzando entre millones de gotas aparentemente distintas. Sintió una felicidad enorme, ya que al fin se acordaba de que había dejado de estar dividida entre la ignorancia y la sabiduría, entre la pequeñez y la grandeza, entre la apariencia y la esencia.
Una gota que la vio brillando con una luz especial, le pregunto intrigada: “¿Quién eres?”, y ella contesto con tranquilidad: “Yo soy tú, yo soy océano, yo soy infinito”. La gota que escuchaba frunció el ceño.
Hasta aquí el cuento.
El Océano es la Energía Divina, cada ola es un alma.

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