El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




martes, 22 de julio de 2014

El diario de Patricia (4)


La adolescencia
            Considero que mi adolescencia fue una etapa de mi vida muy……. emotiva, porque por una razón que aun no comprendo, deseaba ser niña eternamente. Por eso jugué con muñecas hasta casi los catorce años.
              La estancia en el colegio fue muy agradable, siempre sobresalía por mis altas notas y aunque hoy parezca difícil de creer, conseguí una beca para la universidad.
            Creo que estaba catalogada como inteligente, pero parece que me servía muy poco para la vida, porque era muy introvertida, en fin, supongo que nada es perfecto.
            Fui una adolecente normal, la que creyó haber encontrado el príncipe  azul  una y otra vez, la que se ilusionaba con el más guapo, a la que le encantaba cantar, algo que sigo haciendo hoy, aunque con cierta dificultad. Pero me encanta cantar, y  lo hago siempre que estoy  inspirada.
            En conclusión una niñez muy divertida que pasé jugando, y una adolescencia que no se si catalogar de normal, porque ¿Que es normal?, tenía otra visión de la vida completamente distinta de la que tengo hoy, quizás equivocada, quizás muy banal, pero supongo que antes de nacer escogí a los diecinueve tener esta prueba tan inmensa. Porque si hay algo de lo que estoy  segura es que esto no es un castigo o brujería.
            Es una enfermedad gracias a la cual tengo otra visión de la vida, quizás un poco mejor que antes, quizás no, no lo sé.
Así comenzó la enfermedad
           El mal de mi cuerpo tuvo un inicio paulatino,  no fue de golpe. Se inicio con un leve temblor en la mano izquierda ante una emoción, un fuerte miedo, una alegría, en definitiva, con una emoción, ya fuera esta positiva o negativa. Bastaba cualquier cosa emotiva. Analizando creo que tuve una predisposición porque nadie  tiembla a la mínima emoción.
           ¿Dónde nos quedamos? ¡Ah!, si, acabé el colegio, cosa que mucha gente no creería si no me conociera de toda la vida.
            Ingrese a la universidad en la facultad de educación. Los tres   primeros semestres fueron prácticamente normales. Había aprendido a disimular lo que era un temblor casi imperceptible, pero al temblor se le agregó otro síntoma: Empecé a sentir un peso de una tonelada en la cabeza, eso comenzó a afectar a mi postura. Todos me decían: ¿Estás mal?, y yo decía simplemente: Estoy resfriada. El caso es que ya no tenía fuerzas para caminar, ni para comer. Tenía verdadera obsesión por los cursos y por las tareas, y a pesar de que me sentía muy mal, me presionaba a mí misma, nunca pensé que se trataba de algo así.
           Para rematar, casi lo olvido: Sufría de ataques de pánico. La primera vez fue horrible: Ocurrió en el aula de la universidad. Es posible que yo estuviera acostumbrada a aulas pequeñas, ya que toda la vida estuve en colegios pequeños, y cuando llegue a la universidad, se acabo la pequeñez, todo eran auditorios grandes con más de cien alumnos. Recuerdo que fue en una clase de historia crítica del Perú. No sé qué tema era, pero el docente hizo un comentario algo así como “de este aula  no sale nadie”  y cerró el  aula con llave. En ese momento me entró un miedo brutal. No sé cómo explicarlo, tendrías que sentirlo. Yo juraba que iba a ocurrir un terremoto o algo parecido. Me ahogaba y sudaba. Afortunadamente nadie se dio cuenta, porque era de vital importancia en esos tiempos. La apariencia entonces era importante, bueno y hoy también.
            Así es como me deje dominar por el miedo. Suena horrible, pero es verdad, cada vez que entraba en un aula con mucha gente entraba en pánico y más si cerraban la puerta. Leyendo supe que tenia claustrofobia, o sea miedo a estar en ambientes cerrados. Según iba apareciendo el miedo me preguntaba ¿Por qué? Hasta ese entonces solo se lo había contado al psicólogo de la universidad, un joven sin experiencia que me dio pastillas, más específicamente “ansiolíticos” algo que me dio el doble de ansiedad.
            Como siempre los padres son los últimos en enterarse, supongo que estaban muy ocupados con sus trabajos, no los culpo, no podría, nadie nace sabiendo, y no eran adivinos, ya bastante tengo que agradecerles por darme la vida.
            Con mi mami enterada del asunto, viajamos a Arequipa era el año 2002, fue la primera vez que visite a un neurólogo.
            No dio ningún diagnostico, me saco un electroencefalograma, y en conclusión me dijo que tenía alterado el sistema extra piramidal del cerebro. Ahí me enteré de cuál era el área que controla los movimientos del cuerpo.
            Allí el médico, creo yo,  cometió un error al recetarme una pastilla anti párkinson cuando yo solamente tenía un leve temblor, ese fue un error de ambos, yo por tomarla al pie de la letra y el neurólogo por recetarme algo que despertó el mal del Parkinson  que tal vez me hubiera dado a los cincuenta años, lo adelanto ahora, entiendo que eso fue parte del plan divino para mi.
            Comencé a tomar la pastilla de manera continuada. Al inicio mi cuerpo lo aceptaba bien, sin problemas, me ponía ágil, no temblaba ni un pelo y hasta me ponía eufórica pero eso era por un máximo cinco horas, luego volvía el temblor con más fuerza, así lo sentía yo no sé otras personas como lo verían desde el exterior. Con el tiempo, la pastilla me hacia efecto durante menos tiempo, así que me pregunté a mi misma: ”¿Es esta  la forma en la que quieres vivir, siempre pendiente de cuánto  tiempo va a durar la dichosa pastilla?”.
            Era incomodo estar así en la universidad, disimulando, salir de clases apurada para ir al baño a tomar la pastilla, no salía de mi casa sin pastillas y a decir verdad tenia muchísima vergüenza de que me vieran temblando y es que se supone que esta enfermedad era más propia de los viejitos que no de alguien tan joven.
            Así es como mi vida se convirtió en un infierno. Muy pocas veces me exponía en público, lo evitaba, aunque no sé realmente por que iba a la universidad porque la facultad de educación era una auténtica exposición.
              El profesor de lecto escritura nos dijo que fuéramos a un colegio a hacer prácticas. Fui al colegio de en el que trabajaba un tío mío. El era profesor de primaria, justo la especialidad que yo había escogido.
            Con los niños me sentí de maravilla, es una época que recuerdo siempre, me sentí toda una profesora, revisaba cuadernos, dejaba tareas, escribía en la pizarra y por supuesto con la ya famosa pastilla azul, para los mal pensados, les aclararé que no estoy hablando del viagra. La pastilla que tomaba para el Parkinson es azul, estuve cuatro meses en el colegio, recuerdo que en esa fecha estaba cerca el día del Cusco y tuvimos que enseñar una danza a los niños de nivel primario, la danza era Majeño.
             Ahí es cuando decidimos mis padres y yo que iba a tomarme un descanso, sin saber que este descanso seria para siempre.
    La vida sin pastillas 
             Esta es otra parte muy dura de mi vida. Había tomado la pastilla durante casi un año y medio, era totalmente dependiente de ella, tanto física, como psicológicamente. Sin la pastilla me sentía acomplejada, insegura, tímida, etc., y físicamente sin fuerzas, débil, obviamente temblorosa, torpe al caminar y no sé si eran las pastillas o sus reacciones adversas, sentía la cara dura como si tuviera una máscara pegada al rostro, razón  por la cual no se me entendía ni pio.
            Todo comenzó un buen día, en el que ya harta de ser dependiente de una droga, porque eso era, así me sentía, además es cierto, toda pastilla es una droga, el cuerpo pide más altas dosis cada vez y eso estaba ocurriendo conmigo. Inicie con un cuarto de pastilla tres veces al día y termine con una y media al día.
            Cada vez hacia menos efecto y duraba menos tiempo. Comencé a sentir las reacciones adversas, movimientos involuntarios, el temblor se podía controlar pero esos movimientos eran incontrolables, resulto que el remedio fue peor que la enfermedad.
            Todo somos dependientes de algo, conscientes o inconscientes, eso lo digo saliendo un poco del tema: algunos lo son del televisor, otros de los chocolates, otros de cosas más complicadas como relaciones amorosas complicadas, y otras a echar la culpa a otros de sus errores y así sucesivamente podría escribir toda la tarde.
           Pero yo no quería ser dependiente de algo más, puedo ser dependiente de mi mami, pero otra cosa es una  pastilla, mi mama nunca me va fallar.
            Así es como decidí dejar definitivamente la pastilla, para no ser más dramática diré  que tuve un síndrome de abstinencia regular, tuve unas ganas locas de tomar  la pastilla, ansiedad, etc., etc., etc.

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